El Secretario de Medio Ambiente no se atrevió a decir al Presidente López Obrador, cara a cara o por carta, que no se debe idealizar la “Cuarta Transformación” porque “no existe… como un conjunto claro y acabado de objetivos”, y es, en cambio, “un gobierno de contradicciones brutales”
Por Juan Bustillos –
> A diferencia de Carlos Urzúa y Javier Jiménez Espriú que se atrevieron a abandonar su proyecto hablando con claridad y diciendo por escrito lo que piensan, el titular de Semarnat prefirió denostar a sus compañeros y, muy en especial, al jefe del equipo
> “Decía Ocampo -escribió una vez a su yerno-, que Comonfort quería resolver las cosas con apretones de mano, cuando lo que se necesita son apretones de pescuezo”
CDMX.- En definitiva, el gabinete del Cuarto Transformador no es como los del Segundo, Benito Juárez. Los vemos y no, no hay manera de compararlos acción por acción ni hombre por hombre.
Sin embargo, concedamos que podemos tener a un Juárez, pero, ya entrados en despropósitos, no hay un Melchor Ocampo, Santos Degollado, Francisco Zarco, Manuel Doblado, José María Lafragua, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, Ignacio Vallarta, Ignacio Zaragoza, Ignacio Comonfort, Guillermo Prieto, Matías Romero, por ejemplo, ni mucho menos un Ignacio Ramírez, aunque muchos presuman ser como “El Nigromante”, más radicales que el propio López Obrador.
Incurriríamos en blasfemia histórica si por culpa de Víctor Toledo atendiésemos la explicación de que en el gabinete de Andrés Manuel López Obrador hay enfrentamientos internos como los hubo en los del Benemérito, aunque en ocasiones no se entiende que el presidente no atienda a Melchor Ocampo que aconsejaba apretar pescuezos de sus colaboradores, al menos de manera figurada, en lugar de manos, como pedía Comonfort.
Alejémonos de la historia para reconocer que estaríamos mal de la cabeza si a estas alturas creyésemos que la Cuarta Transformación es un ente monolítico de pensamiento único en el que no hay discrepancias, pugnas internas, arribistas ni celosos por la cercanía de otros o por la distancia a que ellos somete el jefe, y que por esta razón hiciéramos tragedia de las revelaciones del titular del Medio Ambiente y Recursos Naturales, Víctor Toledo, que dejaron como trapeador a la Cuarta Transformación, el vehículo ideado por Andrés Manuel López Obrador para situarse en la historia al lado de Hidalgo, Juárez y Madero.
Si dejamos de lado el discurso, más propio de predicador evangelista radiofónico que de dirigente político del presidente López Obrador, los miembros ejecutivos de la Cuarta Transformación forman en su mayoría un grupo variopinto de ex priistas que se montó en el carisma del tabasqueño no por idealistas, sino para recuperar el poder perdido en los sexenios del neoliberalismo, muy en especial en 1988 y 1994, a quienes acompañan fifís radicales de izquierda sesentera y algunos que, salvo honrosas excepciones, fueron incorporados por amistad, pero que en condiciones normales no servirían ni para cargar el portafolios de quienes deberían ocupar las carteras a ellos confiadas.
Más allá de la concepción evangélica que de su destino y el de su grupo tiene López Obrador, el gabinete no está formado por apóstoles inmaculados cuya misión, una vez llegado el fin del sexenio será perpetuar la 4T y llevar la buena nueva, si no a todos los confines del mundo, sí a las nuevas generaciones de mexicanos.
El distintivo de los transformadores es “no somos iguales” a los del pasado, pero en realidad se trata de políticos que poco o en nada se diferencian de sus antecesores neoliberales, si acaso en que hasta hoy son presentados como paradigmas de honradez, aunque muchos de ellos carguen su condición de ex priistas manchados por la corrupción, como sus antiguos correligionarios, y algunos aspiren a que la Transformación les haga justicia como la Revolución la hizo a sus antecesores, más afortunados que ellos.
Quizás lo único novedoso en las sensacionales revelaciones de Toledo, sea que el protagonista de este penoso episodio pecara de la ingenuidad del hablantín que creyó poder decir su verdad sin que nadie la registrara para usarla en su contra, aunque todo indica que se trata de una estrategia concebida y operada para justificar el abandono a tiempo del barco que surca en aguas embravecidas, eso sí, coronado con aureola de héroe y mártir por atreverse a decir lo que muchos de sus compañeros de cúpula piensan, pero, por temor, cortesanía o conveniencia, no externan más allá de los oídos de aquellos en quienes confían.
Ya otros analizarán el paso de Toledo por la administración sexenal que será tan breve o prolongado como lo soporte el hígado del presidente que en una primera reacción se atrevió a justificarlo comparando su gabinete con el mejor de la historia, el de Benito Juárez, porque en aquel también existían discrepancias.
NI LOS ADVERSARIOS MÁS ACÉRRIMOS
Aquí interesa saber si López Obrador aquilata el valor y lealtad de Carlos Urzúa y Javier Jiménez Espriú que se atrevieron a abandonar su proyecto hablando con claridad y diciéndole por escrito las cosas como son o al menos como las ven, a diferencia de Toledo que prefirió denostar a sus compañeros y, muy en especial, al jefe del equipo, hablando a sus espaldas bajo el supuesto ingenuo, para no usar otro adjetivo, de que nadie se enteraría.
Carlos Urzúa y Javier Jiménez Espriú se atrevieron a abandonar su proyecto hablando con claridad y diciéndole a López Obrador por escrito las cosas como son o al menos como las vieron.
Vale la pena preguntarse por qué, teniendo razón, Toledo no se atrevió a decir al presidente, cara a cara o por carta, que no se debe idealizar la 4T, ese vehículo en construcción para instalar su monumento en la avenida Reforma y en cada plaza pública del país e imprimir su nombre en los libros de historia, porque “no existe, no existe … como un conjunto claro y acabado de objetivos”, y es, en cambio, “un gobierno de contradicciones brutales”.
Definición más brutal de la 4T no han pronunciado ni escrito los adversarios y críticos más acérrimos del presidente.
Es probable que al mandatario le haya dolido en el alma, más de lo que demostró en Ciudad Obregón, cuando un reportero le habló de la posible renuncia del titular de la Semarnat que en apenas 10 meses de servicio proclama abiertamente su decepción del movimiento y del líder carismático.
Tal vez por un momento López Obrador luchó contra la tentación de explicar que, si gobernara con la concepción que Toledo tiene de la defensa del medio ambiente, la consecuencia sería la parálisis del país, por lo que prefirió escudarse en la peregrina explicación de que hasta en el equipo de Juárez había discrepancias, pues se trata de un radical, una especie de “Nigromante” del medio ambiente.
Recetó a los sonorenses una de sus tantas versiones de la historia de México:
“El mejor gabinete, ya lo dije una vez y lo repito, yo creo que lo he dicho varias veces, el mejor gabinete que ha habido en la historia de México fue el gabinete del presidente Juárez, no ha habido un gabinete mejor.
“Y ellos… primero renunciaban constantemente. Si hacen ustedes el análisis histórico, el presidente Juárez, no sé, pero debe haber tenido unos 10 o 15 secretarios de Hacienda y le presentaban la renuncia constantemente. Imagínense las diferencias entre liberales, moderados y liberales radicales; se enfrentaba Comonfort, que era moderado, con Ocampo, que era radical.
“Decía Ocampo -escribió una vez a su yerno-, que Comonfort quería resolver las cosas con apretones de mano, cuando lo que se necesita son apretones de pescuezo. O sea, posturas completamente distintas en el mismo gabinete.
“Y … se decía que eran hombres que parecían gigantes. Entonces, se confrontaban constantemente”.
Explicó que en su gabinete (en el que no hay “gigantes”), existen discrepancias, pero es él quien decide. “Soy el responsable, no son los secretarios los responsables de decisiones, tiene que ser el presidente; entonces, busco siempre armonizar, escuchar a todos, darle la razón a quien la tiene”.
APRETÓN DE MANOS O PESCUEZO
En la grabación clandestina, Toledo exhibió algunas de sus discrepancias: el jefe de la oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, a cada día que pasa alcance más “centrabilidad” y poder en el gabinete, apoya proyectos mineros y es el operador presidencial para bloquear planes ambientales y de transición energética; que la Secretaría de Gobernación apoyó la permanencia de la cervecera en Mexicali, pero por fortuna fue derrotada por el pueblo sabio en la consulta popular, y que el secretario de Agricultura, Víctor Villalobos, está más interesado en los agronegocios que en el programa Sembrando Vida.
Para Toledo, el colmo es que su concepción de medio ambiente no pase por la cabeza presidencial como lo demuestra el daño que causarán algunas estaciones del Tren Maya, tal lo denunció en su momento antes de incorporarse a la 4T, sino que hasta impulsó una gigantesca lechera en miles de hectáreas ejidales de Campeche y Tabasco que fue derrotado en el gabinete.
Es muy probable que en algunas cosas asista la razón a Toledo, porque Sembrando vida es un programa que no está bajo control de la Secretaría de Agricultura ni de la Comisión Nacional Forestal, sino de la Secretaría de Bienestar Social, lo que viene a ser un despropósito técnico, como ocurre en tantas cosas ajenas a la Secretaría de Relaciones Exteriores que le son confiadas a Marcelo Ebrard, o al general secretario Cresencio Sandoval, a quien sólo le falta asumir funciones propias de quienes son electos en las urnas.
Pero el verdadero enojo de Toledo parece estar en que, sin consultarlo a él que es el experto, Agricultura y Desarrollo Social publicaron un texto que dispone las acciones a realizar por su dependencia, y las secretaría de Desarrollo Social, Economía y Salud, así como el Conacyt para estudiar la seguridad de utilizar el glifosfato como ingrediente activo de plaguicidas, y en su caso “desarrollar la tecnología necesaria que permita tanto su sustitución como el aumento de los niveles productivos con miras a lograr la autosuficiencia alimentaria”.
Con esto, López Obrador emulaba a Juárez proponiendo un debate en su gabinete, pero he aquí que Toledo sintió que invadían su territorio e hizo publicar brevemente el desconocimiento de su dependencia “del anteproyecto de decreto presidencial sobre el tema del glifosfato”, curiosamente firmado por el mandatario y su consejero jurídico, Julio Scherer.
Y como advirtió las consecuencias, hizo berrinche, llegó a la conclusión que así no se puede y externó con aparente descuido su pensamiento sobre la 4T o filtró en donde sabía que más dolería a López Obrador, en el periódico Reforma, que su gobierno está lleno de contradicciones brutales.
Como dice el presidente, nada para espantarse porque hay discrepancias hasta en las mejores familias, y su gabinete no lo es, aunque algunos, como el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, prefieran navegar de muertito con la boca cerrada teniendo tanto que decir por lo menos a través de los medios que se valió su colega de Semarnat.
Pero lo congruente, lo leal, habría sido reclamar cara a cara a López Obrador que no pase por su cabeza la defensa del planeta, que su gobierno esté plagado de contradicciones brutales y que la 4T no debe idealizarse porque no existe, pero no decirlo en lo oscurito a Pancha para que lo entienda Chencha.
Sólo para que cuando se lo reclame el presidente salga con la jalada de que se le hizo fácil y no midió las consecuencias de tamaña temeridad, cuyo nombre es traición.
Escribo antes de saber si, en observancia a la máxima de Melchor Ocampo, el presidente ya apretó el pescuezo o platicó con su empleado para convencerlo de no abandonar el barco explicándole que él, a quien eligieron 32 millones de mexicano, lo invitó a colaborar, externar y defender sus convicciones y puntos de vista, para que, una vez tomadas las decisiones, las ejecute o renuncie sin andar por lo oscurito asestándole puñaladas en la espalda.