Ésta es la historia llamada “Los Tres Jefes Policíacos”. Habrá quienes la calificarán de apócrifa, y sin embargo refleja una verdad. El relato debe leerse con cuidado, pues al final contiene una palabra que las conciencias rígidas podrían tachar de altisonante. Y no hay tal. Sucede como en el vocablo “fundíbulo”. Se oye muy feo, y sólo significa “Máquina de madera que servía en lo antiguo para disparar piedras de gran peso”. Eso quiere decir la palabreja, pero si a uno le dicen: “No seas fundíbulo”, de seguro no pensará que le están diciendo: “No seas máquina de madera que servía en lo antiguo para disparar piedras de gran peso”. Esto del léxico es cosa muy extraña. El voquible “cajeta” quiere decir una cosa en México y otra en Argentina. La voz “blinsergo” no significa nada en México. Yen Argentina tampoco. De hecho no quiere decir nada en ningún lado. En fin, dejémonos de lexicologías y vayamos a nuestra historia… Estos eran tres jefes policíacos: un norteamericano, un alemán y un mexicano. Discutían sobre cuál de los tres tenía los hombres más valientes. “Mis elementos son los más valerosos de este mundo -afirmó el estadounidense con la jactancia que Trump, su Presidente, pone en todas sus declaraciones-. Se los voy a demostrar”. Así diciendo llamó a uno de sus policías. “Rampo -le ordenó-. Tírese usted por la ventana. Al fin no estamos tan arriba: es sólo el piso 15”. Sin vacilar un punto el agente se lanzó al vacío por la ventana. “Eso no es nada” –comentó, despectivo, el policía teutón. Y así diciendo llamó a uno de sus hombres: “¡Karadedog!”. Un fornido policía germano acudió a la orden. Dijo el official: “Quiero mostrarles a mis amigos la excelencia de nuestras pistolas. Dispárese usted una bala en el pecho”. No dudó un instante el policía alemán: tomó su pistola, apoyó el cañón en la región cordial y se disparó. A la vista de esa demostración el jefe mexicano esbozó una sonrisilla desdeñosa. “Eso no es nada -dijo-. Ahora van a ver ustedes el valor de un policía mexicano”. Se volvió hacia uno de sus hombres y lo llamó: “¡Agente Gurrumino!”. “¿Qué onda, güey?” -preguntó con displicencia el gendarme desde su lugar. “¡Venga usted acá!” -ordenó el jefe. Respondió el tipo sin moverse: “Venga usté si quiere”. “¿Lo ven? –les dijo orgullosamente el jefe mexicano a sus colegas-. ¡Esos son uebos!”… (Nota importante. La palabra “uebos”, según el lexicón de la Academia, significa “cosas necesarias”. Por ejemplo: uebos de combatir; los que para la lucha se requieren. No hay, pues, malsonancia en ese término). Ahora bien: ¿a qué viene ese relato, difícil de creer? Sirve para ilustrar el mbiente que priva en las corporaciones policíacas de algunos municipios del país, refugio muchas veces de delincuentes antes que dependencias dedicadas a la protección y salvaguarda de los ciudadanos. Se sabe bien que muchos delitos -asaltos bancarios, robos de automóviles, secuestros- son cometidos por se tipo de policías o ex policías. Buenos agentes hay, no cabe duda, honestos y dedicados a cumplir su obligación aun con riesgo de su vida, pero es innegable que en muchas partes, sobre todo del sur del país, la población dejó de confíar en los elementos policíacos, antes bien los teme y mira con recelo. La vida cotidiana en las ciudades se ve afectada por esa situación, a la que urge dar remedio. Y la decantada Guardia Nacional, invisible en muchas partes, no parece estar cambiando esa nociva situación… Cierta famosa bailarina fue a una fiesta. Ahí conoció a un tipo muy guapo. “Mis piernas son mis mejores amigas –le dijo la artista-. Pero te invito a mi departamento. Llega el momento en que hasta las mejores amigas se deben separar”… FIN.