Por Isaí Vinicio –
En los gobiernos Republicanos tradicionalmente se aborda el análisis de gabinete presidencial o ministerial desde una óptica sistémica e institucional, sin embargo no es lo mismo hacerlo en los gobiernos populistas; aquí el análisis es más patológico, mientras el primero refleja un contexto democrático de pluralidad en el abordaje de sus acciones, para el segundo todo se deriva de la personalidad y estado emocional de su líder, y abordan las acciones de su responsabilidad en función de los juicios y cosmogonía del mismo.
Por eso en lo gobiernos populistas el gabinete es una extensión de la personalidad de su líder. Para ser parte de su cuerpo político de administración el primer requisito es despersonalizarte; para ser debes dejar de ser, pierdes criterio de autonomía e independencia y haces y dices solamente aquello que en primer lugar los oídos de tu jefe quieran escuchar.
En esto son muy parecidos los perfiles y actuación del gabinete por ejemplo de Trump, de Bolsonaro y por supuesto de López Obrador. Las salidas de los integrantes de sus gabinetes regularmente tiene una característica: el cansancio y frustración que representa ser una figura decorativa que solamente ejecuta, principalmente ocurrencias de su líder.
Esta semana, por ejemplo hemos sido testigos de dos desplantes de López Obrador propios de un Presidente populista que no concibe la toma de decisiones como producto de un proceso deliberativo interno, sino principalmente como impulsos: en una gira de trabajo en el estado de Colima anuncia la decisión de que la administración de los puertos del país pase a formar parte de las múltiples tareas ya encomendadas ahora a la Marina, sin consultarlo propiamente con su responsable operativo, el Secretario de Comunicaciones y Transportes, quien ni siquiera estaba presente en el anuncio.
La respuesta, si se antepone la dignidad por supuesto, fue la renuncia del Secretario que posteriormente fue escamoteada por su jefe, pero al final predominó la idea del Presidente. No hay un análisis técnico, diagnóstico o política pública, solamente hay ocurrencia y ejecución sin recato.
Luego, el turno sería para el Secretario de Hacienda. En plena comprensión de la gravedad del contexto de la pandemia hace un esfuerzo serio por privilegiar el uso del cubrebocas como el más importante medio de prevención de los contagios, cosa en la que además tiene absolutamente razón, y lo vincula directamente con la recuperación económica, en lo cual también tiene toda la razón dado que hay un razonamiento lógico de por medio, pero dado que su jefe ha convertido el uso del cubreboca en tema de litigio político absurdo, lo desconoció públicamente en su postura y lo denigró en su propia capacidad de juicio.
Evidentemente en este caso la laxitud de la dignidad del ofendido ha tenido una mayor flexibilidad y aguantó vara.
Al final, todo en la administración del gobierno termina siendo una extensión de la personalidad del líder populista: no hay gobierno, ni hay administración; hay, eso sí; líder carismático, ocurrente y todólogo, el resto es inocuo, intrascendente,
insustancial, y estarán presentes los Secretarios en su gabinete hasta que se harten de no ser o hasta que sea premiada su disciplinada inexistencia.