Por Norma Meraz
Un día que prometía sonrisas, alegría y felicidad se convirtió en una noche oscura, lúgubre, triste, de llanto y estupefacción.
Luis Donaldo Colosio Murrieta había llegado a Tijuana proveniente de La Paz B.C. con los dientes al sol.
Diana Laura su esposa arribaría a esta ciudad proveniente de la Ciudad de México, media hora más tarde que él.
Estaba agendado después del mitin en Lomas Taurinas un encuentro de Diana y Donaldo con el magisterio de la ciudad fronteriza . Nunca volvieron a mirarse a los ojos. A él lo fulminaron un par de balas, una en la cabeza y otra en el costado del dorso, en medio de una multitud que lo aclamaba.
Ella me había dicho a su llegada al aeropuerto que ese día era el día más feliz de su vida, pues su médico de cabecera le había reportado que el resultado de sus estudios revelaba “que no tenía ni orzuela”. Estaba radiante y juguetona.
Nos dirigimos hacia el hotel donde se hospedarían y a las 18:00 hrs. se tomarían de la mano para ingresar al salón donde los recibirían un millar de maestros en el Country Club, pero el destino dispuso otra cosa. Mientras ella se disponía para acudir al encuentro, el yacía sangrante en un quirófano del Hospital General.
La primer noticia que tuvimos fue que le habían dado “un garrotazo” y lo habían llevado desmayado al hospital. Arribamos a toda prisa al Hospital donde le informaron lo ocurrido.
El edificio estaba rodeado por cientos de corresponsales nacionales y extranjero urgidos por saber la información oficial.
El candidato a la Presidencia de la República ¡había muerto!
En México se había detenido el tiempo, habían asesinado al hombre que quería gobernar un país que padecía “hambre y sed de justicia” —según sus propias palabras—.
Mientras la noticia recorría el mundo, Diana Laura dejaba el quirófano donde había abrazado a su marido por última vez y en su vestido color perla, quedaba marcada la sangre del cuerpo inerte del padre de sus hijos, del hombre de su vida. Me abrazo y en medio de carcajadas de llanto me decía: “Esto no era así, yo me iba a ir primero”, “¿Qué le voy a decir a mi hijo?”.
Ella había sido diagnosticada de cáncer de páncreas y llevaba puntualmente su tratamiento, pero sabía que frente al cuerpo sano de su marido, tenía más probabilidades de sobrevivir que ella. Me pidió que preguntara a cerca del protocolo para la donación de los órganos de su esposo, sin embargo, ya era tarde, había transcurrido mucho tiempo para ello.
Mientras retiraron el cuerpo para su preparación —una vez realizada la autopsia—, la noche se hizo eterna hasta salir al aeropuerto de madrugada para abordar el avión que nos trasladaría a la Ciudad de México, trayendo el cuerpo del candidato asesinado en la panza del avión.
Muchas dudas asaltaban a Diana, una de las más importantes en esa noche oscura y fría era: porque su suegro, Don Luis Colosio Fernandez no había llegado a Tijuana y si , en cambio Manlio Fabio Beltrones, gobernador de Sonora con quien colaboraba como secretario de Ganadería y habían estado juntos en una reunión de gabinete mientras el gobernador recibía la infausta noticia. Meses más tarde Don Luis Colosio me diría con lágrimas que Manlio no lo dejo ir a Tijuana, lo dejo en Hermosillo.
Diana Laura supo que Manlio había aterrizado en Tijuana, pero no había ido directamente al hospital donde estaba ella y a su suegro lo encontró junto a la familia , hasta que llegamos a la capital.
Versiones iban y venían respecto sí había sido uno o varios quienes habían disparado al candidato Colosio. Al final, luego de 4 fiscales asignados para la investigación del asesinato, la Procuraduría General de la República cerró el caso concluyendo que había sido el único autor material y asesino confeso, Mario Aburto Martínez de origen michoacano de 24 años y condenado a 45 años de prisión.
Aburto fue internado primero en el Penal Federal del Altiplano, luego trasladado a la prisión de Puente Grande, Jalisco, luego a Guanajuato y finalmente se encuentra en Tijuana en un penal estatal debido a que logró que la CNDH emitiera una resolución — aunque no vinculatoria—, por siguientes que había sido torturado pero en este caso para que la Fiscalía General la tome y de haber elementos probatorios nuevos, se reabra el caso y de admitirse, que si hubo tortura, Aburto estaría con un pie en la calle, ya que es un delito que no prescribe.
Resulta difícil que esto ocurra durante este gobierno pues la FGR, no parece tener intenciones y voluntad de hacerlo .
Luis Donaldo Colosio fue sepultado el 24 de marzo de 1994 en el camposanto de Magdalena de Kino en su tierra natal y junto a él, su esposa Diana Laura Riojas de Colosio quien falleció 8 meses después, el 18 de noviembre del mismo año a causa de su enfermedad. Les sobrevivieron sus hijos Luis Donaldo y Mariana quienes les han sumado tres nietos.
Los cuerpos de la pareja Colosio Riojas fueron exhumados 2 años después de su fallecimiento en un mes de marzo, para ser colocados en el mausoleo edificado en su honor en el mismo camposanto de Magdalena.
Ese día de la exhumación se encontraban en el mausoleo, Don Luis Colosio, sus hijas, Marcela y su esposo Ruben Duran, Martha y Claudia. Doña Ofelia Murrieta de Colosio no asistió debido al gran dolor que le causaba atestiguar ese movimiento de sus seres queridos.
Al momento de depositar los ataúdes y antes de cubrir con cemento el sepulturero, apareció presuroso un señor con una cajita en las manos y pidió que la colocaran junto al féretro de Luis Donaldo. Esta aparición dejó atónita a la familia ya que desconocían de que se trataba, el señor era un doctor, Ernesto Rivera Claise, neurólogo y secretario de Salud del Gobierno de Manlio Fabio Beltrones, quien portaba en esa caja, nada menos que el cerebro de Luis Donaldo y al parecer estuvo resguardado en el hospital de Hermosillo desde la fecha del asesinato.
Este hecho desconocido por la familia Colosio solo lo sabía el Gobernador de Sonora y su cómplice el Dr. Rivera Claise, quienes nunca avisaron a los dolientes este robó subrepticio.
¿Con qué motivo le extirparon el cerebro? y ¿Para qué lo querían o escondían? A la fecha se desconoce.
Aquel 23 de marzo de 1994 marcó la política de finales del siglo XX de México.
Luis Donaldo Colosio Murrieta. EPD.
¡𝗗𝗶𝗴𝗮𝗺𝗼𝘀 𝗹𝗮 𝘃𝗲𝗿𝗱𝗮𝗱