23/11/2024

Por Adolfo López Mañón

*Aunque usted no lo crea o sepa, el pasado viernes obedecimos el mandato del Senado Romano, que hace 2173 años -en el 153 a.C.- declaró al 1 de enero como inicio del año. ¡Esos eran legisladores!

 

Antes en casi todas partes, un año era el plazo entre siembra y cosecha. La gente común ni su edad sabía, no se medía el paso de los años ¿cómo para qué? Luego los pueblos más peinaditos sí lo hicieron para escribir su historia, refiriéndose al gobernante: Primer año de fulano, tercero de zutano. No fue sino hasta el año 525 d.C. que el Papa Hormisdas (conocidísimo) encargó a un monje llamado Dionisio el Exiguo (por chaparro), el cálculo de cuándo había nacido Jesús porque ya era un despelote con las fechas. Don Chaparro se aplicó a sumar para atrás la duración de cada régimen romano y concluyó que el Mesías había nacido el año 753 a.u.c. (“ab urbe condita”, o sea desde la fundación de Roma, la urbe), y ese año quedó como el 1 d.C. Se equivocó por cinco años, por algo que es largo de explicar y como ni quien quiera echarse encima esos años, así seguimos (pero estamos empezando el 2026 d.C., eso sí).

 

No es uno aguafiestas, pero celebrar la llegada del año nuevo en optimismo queda. El cambio de año no altera la realidad, el planeta rueda, las cosas siguen su curso. Se comprende el ansia de ver terminado un año plagado de tragedias, pero las desgracias no se esfuman por el mágico paso de las 12 de la noche del 31 de diciembre.

 

Sí parece que este 2021 veremos atenuar la pandemia del Covid-19. El gobierno ha anunciado que planea vacunar a la población de manera escalonada entre febrero del 2021 y marzo del 2022. Hágase a la idea: Si todo sale bien será tal vez en 2023, que se pueda declarar la derrota del virus en nuestro territorio y años después, su erradicación, piense nomás que la vacunación contra la poliomelitis en México, inició en 1954 y 36 años después, en 1990, se declaró al país libre de esa terrible enfermedad, pero tampoco se vaya usted a sorprender mucho si se entera que en 2024 siguen aplicando la vacuna diciendo que es parte de una acción permanente o de refuerzo, que este gobierno, este Presidente, capoteando la realidad es un Manolete y su mozo de estoques, el doctor Muerte, es inmune a las mordidas de lengua: Afirmó el 6 de junio que estimaba entre 30 o 35 mil el total de difuntos por el virus y que llegar a 60 mil muertes sería un escenario “muy catastrófico”… y ya ve, andamos arriba de 125 mil cadáveres… y tan frescos, los dos, el Presidente y su “patiño”.

 

Lo que no debe esperarse por estar en el 2021 es que las otras epidemias se debiliten o terminen. La economía está enferma, muy enferma; la inseguridad pública por la delincuencia organizada, nomás no afloja; la corrupción no presenta síntomas de haber entrado en agonía; el gobierno federal sigue con el cuadro de disfuncionalidad estructural que lo aqueja y le encona el amlocentrismo que padece.

 

El 2019 se perdió por los tropezones del primer año de gobierno, con el Presidente empeñado tozudamente en marcar su impronta y dejar claro a empresarios e inversionistas que ya había llegado el que andaba ausente y no consentía nada, al tiempo que metió un frenazo a las acciones de gobierno predicando austeridad y honestidad cuando en realidad lo que pretendía y consiguió, fue sujetar a la burocracia a su voluntad personal. El 2019 fue el año del “¡aquí mando yo!”

 

El 2020 también se perdió. Cuando el Presidente dijo que la pandemia le había venido “como anillo al dedo”, no entendimos que se le salió la frase como acto fallido: La pandemia a sus ojos es la gran coartada: “¡tan bien que íbamos”, ha dicho, induciendo la falsa idea de que sin el virus estaríamos tocando los dinteles de la Gloria, pasando por alto que el año anterior se le cayeron economía y empleo, se agudizó la crisis del sector salud con escasez de medicamentos y equipamiento denunciados por el primer director del IMSS que le renunció y por las dirigencias sindicales; el fiasco de 2019 se ocultó gracias al holocausto del 2020.

 

El 2021 ya lo perfila el gobierno como un año de triunfos en rosario, en primer lugar gracias a una vacuna en cuyo desarrollo no tuvo nada que ver y le toca nada más comprarla con nuestro dinero, lo que no es meritorio, pagar con dinero del enfermo su medicina no es loable, no nos hacen ningún favor; y la aplicación del remedio, la campaña nacional de vacunación que sí es su obligación, debería organizarse y realizarse con criterio científico-técnico, con toda seriedad, con ética médica; y eso lleva al segundo motivo del entusiasmo presidencial:

 

El Presidente espera un triunfo aplastante en las urnas el primer domingo de junio, gracias a la movilización de sus 18,500 “siervos de la nación”, esos mal disimulados operadores políticos encargados del censo y reparto de los “programas sociales”. Los siervos, sus siervos (diccionario de la lengua española: Siervo: Esclavo, persona completamente sometida a alguien o algo, o entregada a su servicio), pues sí, sus siervos informó el Presidente -el 29 de diciembre-, formarán brigadas de vacunación y operarán desde los 10 mil “centros integradores” de la Secretaría del Bienestar. No es politizar la vacunación, no, es hacerla franca acción política. ¡Como anillo al dedo!

 

El Presidente para esta campaña de vacunación, improvisa una estructura paralela a la de la Secretaría de Salud, para mangonear políticamente sus resultados. No percibe que se ha cerrado las puertas, lo que salga mal, sin excusas, será de su directa responsabilidad y este no va a ser el primer programa en toda la historia de México que salga bien a la primera. Lástima.

 

Así las cosas, el 2021 será el 2020 bis y salga como salga la elección de junio, el Presidente lo terminará con más carbones encendidos en el sombrero.

 

Agregue a ese panorama que las entidades financieras internacionales pronostican que nuestra economía no va a recuperar el nivel de 2018 sino hasta fines del 2024.

 

De esta manera y con toda seriedad: ¡Feliz 2025!